Hace unos días me crucé España para hacer unos exámenes en un intento de volver a entrar en un aula de FP como profesora. Si, lo sé, estoy loca por seguir llamando a esa puerta cuando todo lo que hacen es eliminar puestos de trabajo a los que yo pueda optar. Aun así hay kilómetros que hay que hacer por los más variados motivos y todos acaban en lo mismo, la pasión nos mueve.
Al salir de primer examen tuve que sentarme en el banco que había en la puerta del instituto en un estado de nervios que entendía perfectamente. En las últimas horas había vuelto a ser docente, o al menos intento de docente, y eso me sienta bien. Hacía demasiado que no me sentía así. Estaba allí y me moría por volver a entrar y charlar con la profesora que hacía de presidenta del tribunal y comentarle una cosilla, como una colega más.
Al día siguiente en el segundo examen que hice ya me estaba acostumbrando a esa sensación de intento de docente. Más relajada me fijé en los profesores del tribunal. Pensé lo que disfrutaría en una reunión de departamento con ellos. Ya me veía haciendo bromas con el más joven y ganándome al mayor cuando me viera proponer cosas serias y llevándolas a cabo sin dejar de sonreir.
La cosa es que hice kilómetros con y por pasión pero me faltó algo por hacer, y era llorar. Llorar de rabia. Rabia por no poder ser lo que quiero ser (lo que soy), rabia porque se cargen algo en lo que creo tanto, mucha rabia.
A través de @cuent_cuanticos me ha llegado el vídeo que véis abajo. Yo trabajo con chicos más creciditos, pero sigue siento mágico lo que pasa en esas aulas y no quiero que nadie se lo cargue:
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Los profes vocacionales sois admirables. Hacéis mucho más de lo que podéis con mucho menos de lo imaginable. Ánimo. Saldrá bien de algún modo